5 de abril de 2012

La hoz olvidada


 
«Un campo de altas espigas iban cortando los segadores, relucientes en sus manos las afiladas hoces; a lo largo del surco quedaban los manojos, tres hombres los recibían de manos de niños que se los alcanzaban sin cesar para formar gavillas..» La Iliada. Homero. s. VIII a. de C.



«Para que una cosecha sea de calidad, los granos han de ser separados de las espigas en la era, lo que se hace con una yunta de mulos y un trillo. Éste se fabrica con una tabla de madera con la cara inferior armada con piedras o trozos de hierro cortantes que, con un arriero puesto encima o un contrapeso grande, es arrastrado por los mulos y separa así los granos de la espiga». Marco Terencio Varron. Hispania.Siglo I.

Al lado del camino hay una cosechadora. Ya no se espiga, ya no se siega, ya no se abielda. Viene una máquina y en un par de horas realiza la labor, que cuando yo era niño costaban tres meses de sudores casi desde San Pedro, cuando eran ajustados los gallegos y los agosteros, hasta San Miguel. El maquinista se sienta dentro de una cabina con aire acondicionado. Le digo buenos días pero no me oye. Está escuchando a Herrera en la Onda. Los labriegos se han vuelto muy señoritos. Ya no hay que levantarse a las tres de la mañana para ir a arrancar yeros, ni clavarse las espinas de los cardos ni ponerse en la mano izquierda la zoqueta contra las cortaduras de la hoz. Ya digo, en una mañana se avía. La máquina carga los costales automáticamente y para el silo…” . A.P. Galindo. s. XXI

Segadores
A mediados del s. XX en el pueblo, se empezaba a segar, más o menos dias antes de San Pedro (29 de Junio). Primero la cebada luego el trigo y el centeno y finalmente la avena. Empezaba el trabajo más duro del año.

El que no podía hacerlo sólo, contrataba criados o agosteros. Los agosteros venidos de fuera se alojaban en casa de los amos en la cuadra o el pajar. Vestían ropa dura y desgastada: pantalones azules de algodón, o negros de pana, camisa de manga larga de algodón también, un pañuelo anudado al cuello, un gran sombrero de paja para protegerse del duro sol y los pies cubiertos con peales de lona y abarcas a veces hechas de neumáticos. Al hombro, en una alforja de cáñamo, llevaban sus herramientas. Se segaba durante un mes de sol a sol.

La cuadrilla de segadores avanzaban encorvados de forma escalonada por la tierra, rítmicamente, cada uno llevando tres surcos, cuando uno tocaba la espalda del de delante con la mies era señal que no llevaba el ritmo de los demás.

Protecciones del segador

En la mano derecha empuñaban la hoz afilada con el esmeril. Un manguito de cuero atado con cuerdas o de lona protegía el antebrazo derecho del roce de la mies,. En la mano izquierda (si no era zurdo) se colocaban la zoqueta de madera atada a la muñeca y, algunos, la dedileta, hecha de badana, cubriendo el índice, el más desprotegido de los cinco dedos.

Atando los haces

Los golpes de la hoz se daban a ras de suelo para conseguir la mayor cantidad de paja. Se iban haciendo gavillas, que eran un brazado del cereal, y con tres gavillas se hacía un haz que se ataba fuertemente con los vencejos. Con los haces se hacían pequeñas cinas o hazcales que se dejaban en la tierra hasta que se iba a acarrear.

… qualquiere que sera hallado espigando entre hazcales, sin que esté presente el dueño tenga de pena cinco sueldos divididera entre partes la una para el Concejo, la otra para los Guardas y la tercera para el dueño de la heredad y hallándola el dueño tenga las dos partes..” Ordinaciones de Villalba 1.656

Haciendo vencejos para atar loa haces

Los vencejos para atar los haces de mies se elaboraban para cada día de siega, eran de paja de centeno, cereal que crece alto y fuerte, segado y desgranado del año anterior y guardado en el pajar. Para hacer los vencejos, primero se humedecía el centeno en el pilón, después se cogían dos finos manojos y se ataban por debajo de la espiga. Los segadores los llevaban a la tierra en paquetes.


Segadora tirada por machos


Se llegó a utilizar a veces una segadora o segadora-atadora, tirada por machos con un ancho de corte de 1,80 m., como la segadora italiana Laverda de 1938. La maquina desperdiciaba bastante paja y grano.
Iba toda la familia a segar: lo mismo iban los hombres que los chicos, y también las mujeres. Si la mujer se quedaba en casa, se solía venir a comer al pueblo; y si iba a segar, se llevaba la comida al campo y se comía allí. Pero generalmente eran las abuelas las que se quedaban en casa y hacían la comida y cuidaban los chicos de toda la familia, es decir, de todos los nietos que tuvieran. A veces alguna abuela se quedaba al cuidado de 12 o 15 chicos pequeños. Si no se podía, se contrataba una chica mayor de niñera.

Llevando la comida a las tierras 

Las mozas se tapaban la cara y el cuello con pañuelos para protegerse del sol y mantener la piel blanca, dejando a veces solo los ojos al descubierto.
Mientras se segaba, no se guardaban los domingos. Los domingos procuraban trabajar en las tierras más cercanas al pueblo, para que, cuando sonaran las campanas, les diera tiempo a llegar a misa. El cansancio se iba acumulando y los días festivos como Santiago (25 de Julio), era bien aprovechados para dormir y descansar. 
Había que cosechar rápidamente, porque si caía un nublado podía perderse todo. Cuando había nublado el cielo se oscurecía, los truenos y relámpagos restallaban como explosiones justo encima del pueblo, caían mares de agua y muchas veces pedrisco. Preocupados, se acordaban de Santa Bárbara 

”.. “Santa Bárbara bendita, 
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita.
En el ara de la Cruz,
Pater noster, amén Jesús”

A segar se iba muy pronto, a veces a las cinco o las seis de la mañana, En las alforjas se llevaba la comida y una bota o una botija de agua. La botija era como un cantarito pequeño, con una boca estrecha y un asa. La boca se tapaba con un corcho. Mantenía el agua fresca. Se descansaba una hora para almorzar sobre las nueve. Luego se comía el cocido a la una del mediodía y se echaba algo de siesta en la tierra. También se merendaba- cenaba alli. Había que comer abundantemente. Se acababa cuando ya no se veía.

Si alguno caía malo, iban a segar sus tierras otros vecinos, una vez que habían acabado las suyas. 
Acarreando los haces de las tierras a la era.

Cuando se acababa la siega, se empezaba a acarrear y se traían los haces a la era con los carros. Podía traerse en pequeñas cargas de 8 o 10 haces en un macho, en las "hamucas", pero en general se usaba el carro de dos varas. Se le ponía unas largas estacas acabadas en punta a los lados de la caja y se uncían cuatro machos. Los haces formaban un paquete muy voluminoso encima del carro y se ataban con sogas. Alguna vez los carros volcaron en los malos caminos. El trabajo de acarrear aunque más corto era más duro que segar y cuando se volvía de vacío a la tierra muchos se dormían con el traqueteo del carro.
Se barría la era y se preparaba para cuando se trajeran los haces. Los haces se descargaban del carro y se echaban al suelo. Luego se hacía la hacina o cina . La cina se formaba toda la era adelante, se ponían unos haces encima de otros. Una cina por cada clase de grano: una para el trigo, otra para la cebada, otra para la avena y otra para el centeno.
Cina de mies en la era
Había mucho peligro de incendio, sobre todo cuando todas las eras estaban en el centro del pueblo, unas pegadas a otras. Sin embargo nunca llegó a pasar nada. Después, cuando las eras estaban ya alrededor del pueblo, una noche se incendió la de Zacarías. También hubo algún incendio de mies en las tierras. Se tocaban las campanas y todos los vecinos acudían para apagarlo, también de pueblos cercanos.
Por la mañana, de nueve a diez, se echaba la parva en la era. Se tiraban los haces de la cina. Generalmente se empleaban en la parva unos ciento veinte o ciento cuarenta haces. Después se desataban o desbalagaban y se extendían con una horca de dos o de cuatro dedos. La parva quedaba de medio metro de espesor. Mientras tanto, los machos iban comiendo de la mies, o sea, que almorzaban. Seguidamente se enganchaban los machos al trillo. La parva debía estar bien oreada y seca para poder trillar.
Extendiendo la parva en la era para trillar

El trillo era de madera de pino negral, de metro y medio de largo por metro treinta de ancho, aunque los había también un poco más grandes y un poco más pequeños. Llevaban los trillos por debajo lascas de pedernal clavadas en la madera y, más tarde, también se añadieron unas sierras de hierro a lo largo.
Los trillos se hacían en Cantalejo. Allí a mediados de los 50, había 400 talleres (más de la mitad de la población), los “chifleros” fabricaban 30.000 trillos al año y los vendían en toda España.

Cantalejo. clavando las piezas de silex en el trillo.

Se enganchaban los machos al trillo y se sentaba uno encima con una silla (un siento), como si fuera un trineo dando vueltas por la parva. Era un trabajo aburrido y cansino, Trillaban igual los hombres que las mujeres, y también lo hacían los niños. El que trillaba llevaba una tralla, una vara con una tira larga de un material parecido al caucho atado al extremo, que funcionaba como un látigo, para arrear al macho.
A veces arrollaba el trillo. Esto era cuando cogía la paja entre las piedras de la era y las sierras del trillo o que la parva esta húmeda y lo iba empujando todo por delante. Entonces había que ponerse de pie sobre la punta del trillo para pasar por encima. También había que estar atento al macho que a veces le daba por cagarse (con perdón). Entonces se cogía una lata grande que se tenía a mano y se ponía debajo para recogerlo al vuelo y que no cayera a la parva.

Niños trillando

Algunos se dormían en el trillo, entonces los machos daban vueltas y más vueltas por el mismo sitio y no se trillaba lo demás de la parva, los machos se podían salir de la era con trillo y todo. 
Cada hora y media se solía tornar la parva con las horcas, pues, al ahuecarla, el trillo molía más y mejor. Por la tarde se colocaban unas volvederas en el trillo. Eran unas barras de hierro curvadas y acopladas a unos enganches que llevaba el trillo en la parte de atrás. Las volvederas llevaban una ruedecilla en la parte de abajo con el fin de que no se rayase la era. Aquellos que no tenían volvederas, lo hacían con unas palas de madera.
A la era se llevaba la botija y el porrón. Se almorzaba allí y se echaba un trago de agua o de vino de cuando en cuando. Para almorzar se llevaba a veces un poco de cebolla y pan, o un torrenillo. Y para la merienda se comía cebolla, pimiento y pepino, es decir, de lo que daban los huertos. El que no tenía, los compraba; entonces se compraban por docenas los pimientos y los pepinos; y las cebollas por horcas.

Agua fresca en la era

Mientras se estaba trillando, se comía en casa, porque tenían que descansar los animales.
Porrón de vino

Al ponerse el sol, o cuando estaba molida la parva, se amontonaba con la rastra. La rastra era un tablón de tres metros acoplado a un timón del que tiraba el macho. Encima de la rastra se colocaban de pie dos o tres personas para hacer peso y empujar la parva. Otras personas iban detrás con rastros, rastrillos y escobones de ramas, hasta que la era quedaba bien limpia y la parva amontonada en el centro.

La rastra. para amontonar la parva trillada.

El rastro era una tabla de unos cuarenta o cincuenta centímetros de ancho por veinte de alto, con un agujero en el medio para colocar un mango de metro y medio de largo.
La parva se amontonaba todo lo mejor posible para que, si llovía, no se calase el grano. El montón se quedaba en la era y no lo cuidaba nadie por la noche. 
Terminadas de trillar las mieses, había que separar el grano de la paja. El viento “bajero” y “solano” era aprovechado para la bielda. El labrador se colocaba del lado del viento, con el bieldo lanzaba la mies a lo alto; las pajas eran arrastradas por el viento, quedando el grano a los pies del abeldador.
Abeldando manualmente con el viento

A continuación se limpiaba el grano, cribándolo, Las cribas eran un aro de madera de chopo con un cedazo metalico o de piel (de macho o de burro) perforada con agujeros según el tipo de grano. Las cribas las fabricaban los “briqueros” de Cantalejo.

Cantalejo. briquero haciendo cribas de piel.

Más tarde, a principios de los años 50, casi todos emplearon la máquina abeldadora. La máquina era un artefacto de madera y chapa de colores vivos, con ruedas metálicas que se quitaban en la era para trabajar. Los niños metían un palo en el agujero de la rueda y corrían agachados por toda la era, como si fueran en moto.
La abeldadora (beldadora) llevaba un gran ventilador delante con una tolva en el centro donde se echaba lo trillado y una serie de cribas que vibraban por la parte de atrás. Todo lo movía una persona con una manivela. El trigo limpio salía por delante, la paja por detrás impulsada por el ventilador y las granzas por un lado. Estas máquinas se fabricaban sobre todo en dos pueblos de Valladolid y también en Cantalejo (en los talleres de Antolín San Cristobal y Francisco Lobato).

Moviendo la manivela de la abeldadora

Para abeldar se necesitaba uno con la bielda echando mies trillada a la tolva, otro moviendo la manivela (que era el más fuerte, no podía estar más de media hora y se turnaba con el de la bielda), El trabajo de retirar la paja, el grano y las granzas era más ligero, lo podían hacer los chicos. El tamo (el polvo que hay en la caña de la paja o en la cáscara del grano) lo invadía todo, picaba por todo el cuerpo y atascaba la nariz y la garganta, sobre todo el de cebada.

 Echando a la tolva de la abeldadora con la bielda.

Nubes de tamo

Más tarde, en los años 60, se empezó a usar el motor “Campeón”, de gasolina, que iba atornillado encima de la abeldadora y con unas poleas sustituía la manivela. El traqueteo de los motores y las nubes de tamo invadían el pueblo, también por la noche.

Abeldadando. Máquina con manivela.

Abeldando. Máquina con motor de gasolina. 

Durante el tiempo que se abeldaba, los mozos y los perros solían dormir en la era cuidando del grano.
Al final el montón de trigo resultante era medido con la media y ensacado en sacos de dos fanegas (unos 85 Kg). De la era se llevaba a la casa en el carro y se subía al sobrado por la escalera. Y luego, para irlo a vender, había que bajar otra vez los sacos del sobrado y cargarlos en los carros. Había contracturas y otras lesiones para lo cual se daban friegas, muy dolorosas. Si el caso era grave también se podía ir al curandero de Navalmanzano a varias horas en burra, o al de la Fresneda, o peor aún, al médico de Sepúlveda, que al parecer cobraba según quedaras…(eso dicen..). 
La faena de guardar la paja de la era era menos vistosa y sucia pero tan necesaria como las demás, porque llenar bien los pajares era tener garantizado el alimento del ganado y combustible barato para pasar el invierno. 
Para llevar la paja había quien ponía unas redes en el carro: una red adelante y otra atrás. Estas redes hacían como una especie de bolsas y así se podía llevar más paja a un mismo tiempo. Se llenaban los carros de paja y se descargaban al lado del pajar. En el pajar había una "boquera" alta y se metía por allí la paja con los bieldos.

Atascando el pajar.

Las granzas eran un conjunto de piedrezuelas, semillas diversas, pajas más pesadas, cozuelos, espigas sin desgranar, etc. A veces, como en aquel conjunto aparecían muchas espigas sin desgranar, se trillaba otra vez (trillar las granzas) para obtener el grano. Las granzas solían reservarse para las gallinas.


El trabajo de cosechar desde segar hasta guardar el trigo y la paja duraba desde San Pedro hasta mediados de Septiembre, o sea unos dos meses y medio. Era un tiempo que se trabajaba a contra reloj y en el que, sobre todo las mujeres, lo hacían a la vez que el resto de las tareas normales: limpiar, lavar, la comida, los niños, el ganado, la huerta, etc.
Los niños en verano llevaban las vacas a pastar a los prados por la tarde (Encerradilla, Arroyar, Espinar, Prajones, Prautero...según), Un grupo de niños de entre 8 a 12 años salían por la tarde con la bolsa de la merienda y una vara, llevaban unas 15 vacas y mientras jugaban, cuidaban de que las vacas no se metieran en los trigos, a veces se les olvidaba. Se volvía al anochecer y cada vaca se iba sola a su establo correspondiente.


Los primeros tractores (con el remolque, cultivadores y vertederas, sembradora, abonadora, herbicida y otros accesorios) llegaron al pueblo sobre 1.968. El que pervive todavía es el tractor de Miguel: Ebro Súper 55 , 3.600 c.c. de 55 CV, de 1964. Hubo otros más potentes como el Massey Ferguson-Ebro 165 de 61 CV de 1.972 y el “183” de 1.973 de 72 CV. También había algún John Deere 2020, Renault, Same etc..


Primeros tractores. en general llevaban cabina pero estaban abiertos por detrás.

Los primeros tractores tenían una potencia de menos de la mitad que los actuales, por lo que se tardaba mucho más en arar por ejemplo, también se estaba expuesto al clima y al polvo. Sin embargo facilitaron y aceleraron radicalmente el esfuerzo para la preparación de las tierras (arar, sembrar, abonar, echar el herbicida, tirar la basura, etc.). ya que antes era todo a mano y a base de fuerza física del hombre y de los machos. 
Respecto a la cosecha, los remolques mejoraron el acarreo de la mies desde la tierra a las eras, con mayor capacidad y seguridad. Se aprovechó también la toma de fuerza del tractor para los trillos mecánicos fabricados en Cantalejo. Se evitó así el hacer la  parva. La tolva del trillo mecánico se cargaba directamente con los haces y molía una cina entera en muy poco tiempo. A veces se trabajaba así toda la noche con los focos del tractor. 
Tractor con pala y remolque. acarreando empacas de paja

Esto supuso la desaparición de los machos. Quedaba la burra, utilizada como utilitario para ir a la fuente, a la compra, o al médico, llevar el almuerzo a las tierras etc. La llamada "Plaza de los Gorrinos" de Sepúlveda es sabido que era el parking de burras de los que iban a hacer gestiones allí desde los pueblos de alrededor.
En un momento dado, a mediados de los 70 aparecieron las cosechadoras (El Toledano), al principio un poco rudimentarias, muchas averías, alguna ardió, los dientes se rompían con las piedras etc. Se pasaban mucho tiempo paradas en el pueblo haciéndoles  reparaciones de urgencia.

Primeras cosechadoras.

De la noche a la mañana, todo cambió con las cosechadoras. Sólo había que ir a la tierra con el remolque a recoger el trigo limpio y después llevarlo a granel al punto de venta. El remolque lleno se pesaba en la báscula. El trigo se manejaba con el sinfín, no había ni que ensacarlo. El duro trabajo de dos meses y medio quedó reducido a unos días.

Recogida actual de la cosecha. Se trabaja en cabinas climatizadas

La paja se dejaba en las tierras, pasaba una empacadora que dejaba el campo lleno de grandes paquetes de paja. Algunos los recogían con brazos mecánicos acoplados al tractor y hacían cinas de paja para su uso. Después ya ni eso. Venía un camión se cargaba en las tierras y se lo llevaba a Andalucía.

A muchos que todavía viven les afectó este cambio, de los más rápidos y radicales que se ha producido nunca. En poco más de 10 años (1.965-1975), desapareció el proceso tradicional que marcaba la existencia de los labradores desde hacía más de 2.000 años. Estos, sin embargo, mantuvieron su mentalidad de economía y esfuerzo, lo que habían vivido siempre, por lo que ante la nueva situación, rápidamente se debieron de plantear alternativas antes inalcanzables.
Y así, los pocos agricultores que vivían todavía en el pueblo a finales de los 70 (que solían encargarse también de las tierras de sus hermanos o familia ya emigrada.), dejaron el ganado o las huertas, cerraron la casa y se fueron también a establecerse y trabajar en la ciudad.
Algunos siguieron cultivando y cosechando sus tierras en vacaciones o los días libres. Otros, ya jubilados, volvían tranquilamente en su coche con buen tiempo, para darse una vuelta, juntarse con la familia y recordar los lugares y los días de juventud, arreglar la vieja casa o plantar árboles. El pueblo en invierno quedó vacío.



Cosechadoras actuales

Con el tiempo, las cosechadoras, tractores y accesorios han aumentado mucho la potencia, comodidad y capacidad, La mayoría de las nuevas generaciones del pueblo han abandonado la agricultura. Y hoy, un pequeño número de personas residentes en la zona,   cultiva extensas aéreas, que a veces abarcan varios términos, normalmente en arrendamiento, lo cual es la única manera de amortizar la moderna maquinaria.




10 comentarios:

  1. Muchas gracias por la entrada Miguel. ¡Muy interesante!

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  2. Gracias, Miguel Ángel, sigue publicando estos artículos tan necesarios para la historia de nuestros pueblos.Es una joya.
    Estrella

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  3. Gracias por publicar estos artículos tan necesarios para mantener viva la historia de nuestros pueblos. Es un lujo y satisfacción poder leerlos.
    Estrella

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  4. Muy buena entrada.
    Nosotros hemos publicado un entrada sobre el proceso de siega y trilla, ya que vamos a realizar la recreación de esta actividad en Aldaia, el dia 20 de Julio.
    Si te interesa puedes visitarnos:

    http://federaciovalencianasantantoni.blogspot.com.es/

    Somos la federación valenciana de la fiesta de san antonio abat, y tratamos de promover y divulgar esta festividad, con el fin de conseguir la máxima calidad y aceptación, y organizar cualquier tipo de actividades culturales, tradicionales y populares con el objetivo de dignificar y conservar la Festa de Sant Antoni Abat, integrando a todos los municipios y creando un espacio que de cabida a la tradición y cultura del mundo del carro.
    Tambien tratamos de recuperar antiguos oficios, que poco a poco están quedando en el olvido, y sacarlos a la calle para que no se pierda su tradición.

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  5. Muy interesante el enlace y vuestra inciativa. Saludos !

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  6. LA CARTA DEL CONTRATO DE LA SIEGA
    A Paco, mi padre, que en sus años
    mozos fue segador errante.

    Al llegar la primavera
    la carta se recibía
    con desbordante alegría.
    Oliendo a sudor y a era,
    a espiga y a rastrojera.

    Portaba dos buenas nuevas:
    el pan para el segador,
    reanudo de labor,
    dinero en las casas cuevas,
    y advenimiento de brevas.

    Organizar la cuadrilla,
    segadores y un atero,
    y echar mano al refranero:
    compañero ancha es Castilla,
    y el sol nos alumbra y brilla.

    Con las alforjas al hombro
    hombres recios y curtidos,
    los aperos bien asidos
    sin sorpresa y sin asombro.
    Ya no están y no los nombro.

    Compartiendo pan y sal,
    su afán y pobres destinos,
    errantes por los caminos
    duros como el pedernal,
    siempre en busca de un jornal.

    Por sendas y vericuetos
    llegaban hasta el Molar,
    con las piedras de amolar
    quemados los esqueletos,
    y en la vestimenta escuetos.

    Después a Villacastín,
    y el páramo castellano
    en el tórrido verano,
    del uno al otro confín
    trigos en surcos sin fin.

    Dormían en los rastrojos
    o con suerte en un pajar
    la hoz en hendir y cortar,
    heridos por los abrojos
    y de sol ciegos los ojos.

    Se ajustaban por fanega,
    perdidos en la llanura
    con ardor de calentura,
    y el sudor que todo anega
    en cuanto la hoz se despliega.

    Tras tres meses de labor,
    de quebranto de riñones,
    soñando con los jamones,
    retorno confortador
    y entre familia el calor.

    Y allá lejos columbrada
    ven la imagen de la Peña,
    de Cenicientos su enseña,
    con moneda bien ganada
    y la arribada soñada.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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  7. LOS GALOPINES CORUCHOS

    Trillas eran los patines
    de numerosa caterva,
    con aquel calor que enerva
    a coruchos galopines.
    Parvas eran los confines
    del mundo que conocían,
    y en cada giro sabían
    que desmenuzado el grano
    y concluido el verano
    el pan en casa tendrían.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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  8. VUELA EL TAMO DE LA PARVA

    Vuela el tamo de la parva;
    la tarde cayendo está
    y el sol se aleja y se va
    barbeándose la barba.
    La mula impaciente escarba,
    y desprovista de arreos
    comienza a dar cabeceos
    y a la cuadra se encamina
    al pesebre que culmina
    el ansia de sus deseos.

    Saturnino Casraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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  9. DÍAS DE SIEGA

    En los extensos días del verano
    cuando julio se asoma al horizonte,
    pinos del Tabalón pinar del monte
    cosechaba mi padre paja y grano.

    Detrás yo recogiendo con la mano
    las espigas del pan con que se afronte,
    el otoño e invierno de desmonte
    del vuelo pavoroso del milano.

    Con el mango de la hoz sobre la palma,
    y el dedil como un crótalo engastado,
    y olor a bálago y polvo de tamo.

    Durmiendo en la besana sobre enjalma
    del pajuz del barbecho despojado
    de la espiga llamada a su reclamo.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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