5 de octubre de 2015

Donde habita la tristeza



El delgado dedo índice de mi primo Luis apretó la tecla del "play" de su vieja grabadora y, a los pocos segundos, se oyó la agónica súplica del viejo condenado:


"¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad...".


Al terminar los dos relatos que contenía la cinta que se trajo de México, mi primo nos explicó que se trataba de una grabación realizada por el autor de ambos, un tal Juan Rulfo. Yo acababa de comenzar la carrera y sí que me sonaba ese nombre por su novela "Pedro Páramo", mas nada concreto había leído ni oído de él hasta aquella noche cálida y oscura de agosto en Vellosillo.

Pasaron varios años desde aquello cuando, en una colección de cuentos iberoamericanos que cayó en mis manos, tropecé nuevamente con esos dos relatos incluidos en el libro "El llano en llamas". Si en nuestra primera cita me sorprendió, sobre todo, el cuento que sonó al inicio de la cinta de mi primo, "Diles que no me maten", en la que fue mi primera lectura de ellos, me fascinó especialmente el segundo, "Luvina", la descripción que le hace, un viejo maestro a un joven profesor, de Luvina, el pueblo maldito al que irá destinado este último.

Y como en esta vida acostumbra a ocurrir que no hay dos sin tres, hace apenas un mes caí nuevamente en el mágico universo de Rulfo, al sacar de la biblioteca una antología personal del genial creador mexicano. Volví, por ende, una tercera vez a Luvina y me tuve que detener al concluir estos dos párrafos:


"Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.

... Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo".


Dejé la lectura en aquel punto, pues mi mente, habituada a realizar asociaciones de ideas más o menos afortunadas, pulsó el "play" de mi magnetófono interior y comencé a oír la voz de Mikel Erentxun, líder de Duncan Dhu. Interpretaba una de mis canciones favoritas de la banda donostiarra, "En algún lugar". Quizá por la letra melancólica de aquel tema, hubiese sido más adecuada la cavernosa voz de su creador, Diego Vasallo, pero poco importaba en ese momento esta cuestión cuando en mi cabeza la canción se dirigía hacia la última y significativa estrofa:


"Las madres que ya no saben llorar;
ven a sus hijos partir.
La tristeza aquí no tiene lugar
cuando lo triste es vivir".


Hasta que recorrí el maldito pueblo de Luvina por tercera vez, para mí el lugar geográfico donde moraba la tristeza era aquel "lugar de un gran país" al que no se accedía por camino alguno, donde los genios morían "sin saber de su magia" y del que el jinete escapaba al grito de no volver jamás. Hasta Luvina, digo, no había tropezado con una descripción tan gráfica y geográfica de la tristeza como la que cantaba Duncan Dhu, pero la antología de Rulfo aún me reservaba otra sorpresa y otro lugar al que dirigirme en busca del desconsuelo, Comala.

De un fragmento de su obra más conocida, "Pedro Páramo", la cual también había leído unos años antes, la mágica selección que tenía entre las manos rescataba unas palabras de Bartolomé San Juan a su hija Susana tras llegar a Comala:


"Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumecido, pobre y flaco como todo lo viejo. Éste es uno de esos pueblos, Susana.

Allá, de donde venimos ahora, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas: nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí en cambio no sentirás ese olor amarillo y acedo que parece destilar por todas partes. Y es que éste es un pueblo desdichado; untado de desdicha".


Tras estas palabras y el resto de ese fragmento de "Pedro Páramo", con el corazón compungido concluí los dos últimos relatos recogidos en la antología sin saber cuándo exactamente regresaría, de la mano del maestro Rulfo, a aquellos lugares donde mora la tristeza.




5 comentarios:

  1. Que bien escribes primo, Gracias David

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  2. Me gustan Juan Rulfo y Duncan Dhu, estos últimos son de mi época, y desde luego me gusta tu foma de escribir. Enhorabuena David.

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  3. Te pondré "en algún lugar" en el altavoz de la cabra. Te lo mereces.

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