21 de septiembre de 2010



Recuerdo de mi niñez
un mundo que era amarillo,
el trigo que el sol doraba,
y las flores del estío.

Un mundo que se extendía
más allá de lo infinito,
un horizonte cubierto
de un cielo añil blanquecino.

Cielo que corta montañas,
y que empobrece los ríos.

Recuerdo también senderos,
de tierra, graba y espinos,
caminos sedientos de agua
recubiertos de tomillo.


Trazados que columpiaban
sus negras hebras de hilo,
y aquellas sendas reptiles
de contenido vacío.

Recuerdo la sequedad,
Un río que no era río,
sino una senda más verde
que el resto, que era amarillo.

Recuerdo tan añorado,
que dibujara el destino,
al legarme la belleza
de su tierra de castillos.




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