Llegar al pueblo era una auténtica odisea. No teníamos coche y siempre habíamos de viajar con alguno de mis tíos. Dos de mis hermanas, mi madre, mis tíos y yo. Total: seis personas en un coche viejo pero resistente que olía a cuero y a gasolina. No había asientos adaptados para menores y no había radio; sólo contábamos con 120 kilómetros por delante a través de una carretera de doble sentido, la mayor parte de ella en pésimo estado. Baches, adelantamientos complicados y decenas de camiones dificultaban la travesía hacia nuestro destino. No recuerdo en qué punto kilométrico comenzaba a vomitar ni en cuál terminaba de hacerlo al no tener ya nada más en mi interior que expulsar por mi boca, bajo la cual siempre había una bolsa de plástico presta para recoger todo lo que tarde o temprano vomitaría. Sin embargo, recuerdo perfectamente el limón que me daba mi madre para que chupara y aliviar así mi malestar estomacal en esos interminables viajes.
De todos modos, y a pesar de todo ese sufrimiento, éste merecía la pena, ya que al final de aquella odisea aguardaba mi Ítaca particular, donde disfrutaría de los casi tres meses de vacaciones que tenía por aquel entonces. Pasado el último obstáculo montañoso de la travesía, la denominada sierra pobre de Madrid, llegábamos en poco tiempo al pueblo de Cerezo de Abajo, atravesado el cual tomábamos la carretera que conducía a Cantalejo y, a pocos kilómetros del desvío de Cerezo y a mano derecha, ya podía distinguir mi pueblo sobre el cerro en el que se halla enclavado. El lugar en el que nacieron mi madre, sus hermanos, mi abuelo y otros tantos antepasados me esperaba desde su envidiable atalaya.
Después, un nuevo desvío, el de Perorrubio, pedanía que atravesábamos y que distaba apenas dos kilómetros de Vellosillo, mi pueblo. Recuerdo cómo el coche de turno rugía y sufría en aquel último repecho que conducía a la entrada de Vellosillo. Girábamos a la derecha y nos encaminábamos por la calle Real, que en aquel entonces aún no tenía colocada la placa de su nombre, a la casa de mis abuelos. En mi recuerdo siempre aparece un tractor que se cruza con nosotros levantando una nube de polvo. En mi recuero, sonrío al bajar del coche, me dirijo corriendo a una puerta que permanece permanente abierta, entro, paso al patio, penetro en la cuadra y cojo mi pequeña bicicleta verde y salgo a la calle donde paso todo el tiempo recorriendo todos los rincones de ese enorme universo lleno de misterios que representaba para el niño que yo era ese diminuto pueblo llamado Vellosillo.
Casi tres meses después, llegaba un triste, gris y húmedo día de Septiembre en el que debíamos retornar a Madrid. No lo podía evitar, no lo quería evitar. Lloraba. Con lágrimas en los ojos, volvía a subir en el entrañable coche de alguno de mis tíos y me despedía mentalmente de cada uno de los pequeños tesoros de mi adorada Ítaca particular prometiendo regresar en menos de un año. Horas más tarde, al distinguir los primeros edificios de mi isla de Elba, Madrid, volvía a sonreír: ya quedaba menos para volver a mi patria, mi destierro no sería eterno y mi regreso sólo era cuestión de tiempo, volvería a Vellosillo, siempre regresaría a Vellosillo.
David que relato tan entrañable agradable y cercano....es un poco la historia de todos nosotros. Gracias
ResponderEliminarEmocionante y lleno de ternura. Gracias
ResponderEliminarQue bueno David!! imaginaros los viajes que hacíamos nosotros en verano desde Granada...pasando por aquel despeñaperros ,sin aire acond.o las comodidades que hay ahora,creo eran 8 o 9 horas de viaje ufff !! pero cuando llegábamos se olvidaba todo lo malo. :-)
ResponderEliminarDavid, encantador relato. Muchas gracias.
ResponderEliminarEstoy emocionada que gente hay en mi pueblo, que relato tan emocionante, con tanta ternura.......
ResponderEliminarDavid gracias por tu aportación que bonito relato , me has hecho llorar de emoción.
ResponderEliminarDavid gracias por tu relato, me has hecho llorar de emoción
ResponderEliminarPrecioso David.
ResponderEliminarPrecioso David. Se me calló una lagrimita que otra.
ResponderEliminarGracias a todos, pero me sabe mal haber provocado vuestras lágrimas, je je
ResponderEliminarDavid, las lágrimas son de emoción al recordar tu niñez. Somo afortunados, tenemos mucho y muy buenos recuerdos de nuestro Vellosillo y los que nos quedan por vivir!!!!.Gracias primo por compartir.
ResponderEliminarVIVA VELLOSILLO..... Un saludo David, eres un máquina.
ResponderEliminarque chulo!!
ResponderEliminargracias a los tios jenaro, felipe y felix q nos llevaban. Vaya odisea d viaje. yo creo q empezaba a vomitar en alcobendas..jajaja
pero merecia la pena!!
Sara
Muy buen relato David, ¡gracias!
ResponderEliminarAun recuerdo esos veranos y los 'Galgos y Liebres', con lo que se conseguíamos formar una fila de niños desde la cruz hasta las puertas de la iglesia :-)
ResponderEliminarMuy bonito David!
ResponderEliminarmuy bonito David!
ResponderEliminarGracias David
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