El encuentro no fue muy casual, sino más bien todo lo contrario, un desvío algo trabajoso aprovechando un viaje a la zona. El páramo del nordeste de Soria, ya cerca del límite con La Rioja. Un paisaje ondulado de barrancos pelados y polvorientos hasta donde se pierde la vista. Un lugar seco y gris, cruzado en otoño por finas líneas amarillas de álamos que serpentean en el fondo de los valles.
Aunque el día es bueno, se
adivina el frio del invierno, y también la dura vida de los pastores de merinas
que vivieron aquí, y que durante siglos, guiaban cada año sus rebaños hasta
Extremadura y Andalucía.
Los zagales partían a los nueve
años, y con el tiempo podían ascender sucesivamente a sobrado, ayudador,
compañero, rabadán, y finalmente a
mayoral, si tenían la confianza del amo.
Durante siete u ocho meses al año dormían al raso o en refugios improvisados. En otoño, en su lento viaje a los pastos del Sur, el ganado pasaba en su
camino, por El Olmo, la Fresneda o Santo Tomé del Puerto, y en primavera retornaba
a las Tierras Altas de Soria por esos mismos lugares.
Cabe imaginarse la relación de
los pastores sorianos con los habitantes de esos pueblos tan cercanos al
nuestro, las noches que pasarían allí, las historias que contarían de su
tierra, en aquellos tiempos tan remota. (en parte lo sigue siendo hoy). Quizás entonces
hubo segovianos pensando en acompañarles, unirse a ellos. El oficio desde luego aquí lo conocían bien,
sabían cuidar y conducir rebaños, tanto
o mejor que ellos.
Sorprende hallar por estos páramos sorianos carteles de pueblos como Sepúlveda de la Sierra, Cuellar
de la Sierra, Aylloncillo (el pequeño Ayllón), Pedraza , Duruelo de la Sierra, la
Velilla, Segoviela, Matute, Carrascosa, Villaseca y así una treintena de
pueblos con los mismos nombres que los de Segovia.
En la Reconquista, el orden con el que se ocupó este territorio en Soria no fue de Norte a Sur, como en Segovia
o Ávila por ejemplo, como cuando en el año
940, tras la victoria en Simancas, los
cristianos norteños conquistaron la plaza de Sepúlveda y llegaron a algunas cumbres
de la sierra de Guadarrama.
La desierta zona del Nordeste de
Soria, en cambio, la repoblaron los cristianos mucho tiempo después, cuándo Soria pasó a Castilla,
en la época del “emperador” Alfonso VII rey de Castilla y León. Los
pueblos se fueron creando lentamente durante varios siglos, a partir del 1130. Se supone que los repobladores en gran
parte fueron colonos emigrantes segovianos. De ahí los nombres repetidos. ¿Tuvo
que ver en algo el recorrido anual de las ovejas entre ambos lugares?. Lo más probable.
El soriano pueblo de Vellosillo,
hoy está deshabitado. Un pueblo
fantasma. La carretera estrecha trepa por los cerros a unos kilómetros al
oeste de la villa de Yangüas, y de golpe, cuando ya se comienza a dudar de su
existencia, uno ve el letrero y al fondo el pueblo. El aspecto es normal, con
la torre de la iglesia y sus casas alrededor, brillando sus piedras bajo sol. Pero
al seguir adelante, algo no va bien.
Los muros están hechos de una
mezcla extraña de cantos de rio y lajas horizontales de pizarra, sin mortero que
los trabe o revestimiento alguno, parecen sueltos y a punto de caerse con un
soplo de viento. A través de las ventanas vacías, los tejados hundidos en el
interior, revueltas tejas, barro y maderas. Las calles tapizadas de hierba y
arbustos.
No había resto alguno en el
pueblo de la familia de los Vellosillo, los que durante los siglos XVI y XVII
fueron magnates en la zona, del comercio europeo de la lana, y también miembros
destacados de la oligarquía de Los Doce Linajes de Soria, los caballeros que
gobernaban la provincia. Hubiera sido un detalle que apareciera su blasón en una fachada y ampliara un poco
la historia del origen ese pueblo, y de paso del nuestro. Pero no. Esos muros no tienen aspecto de haber tenido
nunca blasones.
La Iglesia del pueblo, usualmente
lugar de enterramiento de nobles e hidalgos rurales, con sus correspondientes
lápidas, tampoco decía gran cosa. Sólo quedan en la iglesia unos tramos de
muros medievales (recios y muy diferentes a los demás), pero sobre ellos,
una reforma hecha con los mismos muros de pizarra y cantos de rio que el resto
del pueblo. En el interior, mucho yeso en las paredes y techo
hundido de escayola. Y una leyenda que indica que aquello se arregló en 1911. Y
se arregló bien, porque no queda vestigio alguno de su existencia anterior.
La sensación que da el pueblo es
de abandono rápido y masivo por sus habitantes. Las casas más o menos en pie
(alguna se ve que no se le ha hundido el tejado todavía y en otras, alguien las
han mantenido como tenada). Con las antiguas palomillas del tendido eléctrico colocadas
en las fachadas, quizás unas 20 casas en total. Al parecer la electricidad
llegó en 1953. El pueblo quedó abandonado 10 años después. Como si una plaga
hubiera aparecido de repente, vendieron el ganado y se fueron a sitios como Yangüas
o a Logroño. Abandonando su vida anterior y sus raíces, para no volver.
Bonito relato. Una vez más enigmático y épico.
ResponderEliminarUna pequeña historia acerca de las despobladas tierras de Soria, descrita de forma poética y evocadora. Espléndido Miguel.
ResponderEliminarDescubriendo pueblos hermanos gracias a tu relato. Dan ganas de ir a conocerlo. Como dicen los comentarios anteriores; evocador y enigmatico. Gracias Miguel.
ResponderEliminarPreciosa descripción. Gracias Miguel
ResponderEliminarBonito e interesante relato Miguel. mis bisabuelos y anteriores nacieron allí. fui a conocer lo hace 2 años y me encantó la visita fue muy evocadora.no tienes más datos? Carmen desde madrid
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